Las batallas en el desierto. José Emilio Pacheco

Jueves 18 de diciembre de 2014

En la tarde de ayer nos volvimos a reunir los participantes del Club de lectura Con mucho gusto, de la Universidad de Valladolid, con sede en la Biblioteca Reina Sofía, para comentar Las batallas en el desierto, de José Emilio Pacheco. La invitada que eligió y presentó este libro fue Carmen Morán, profesora de Literatura española de la Universidad de Valladolid, quien amablemente no sólo participó en el Club, sino que es la autora del texto que sigue.

 Las batallas en el desierto

Las batallas en el desierto (1981), de José Emilio Pacheco, es un libro breve: apenas 60 páginas en la edición de Montesinos, y la cifra varía poco en otras ediciones. Es, también una historia sencilla, sin grandes pretensiones de originalidad: lo que cuenta –cómo un niño se enamora de la mamá de su mejor amigo— lo hemos leído u oído ya incontables veces. Sin embargo, constituye un fresco extraordinariamente intenso de una sociedad y una generación, y una reflexión a la vez conmovedora y terrible sobre la nostalgia y el efecto del paso del tiempo sobre los ideales.

Las palabras con las que se abre la evocación del narrador –un Carlos adulto sobre el que no sabemos apenas nada, como si en su vida lo único que hubiese tenido algún valor hubiese sido aquel lejano episodio infantil— aniquilan toda confianza en la memoria como fuente de un conocimiento digno de crédito: “Me acuerdo, no me acuerdo: ¿qué año era aquel?”. El año en cuestión, 1948, no se menciona en la novela; únicamente dos datos aludidos casi de pasada nos permiten deducirlo: la creación del Estado de Israel y el incendio de la ferretería La Sirena. Esta extraña combinación de acontecimientos (lo global, perdurable y recordado por todos, de una parte; lo local, inmediato y recordado solo por unos cuantos, de otra), da exacta idea de lo que es Las batallas en el desierto: la memoria de una historia absolutamente particular, íntima y anecdótica (el amor de Carlitos por Mariana), en el marco de una historia colectiva, la de México en los años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial. El amor por Mariana es, en ese sentido, la metáfora de la esperanza de un México moderno y mejor, y a ambos les aguarda el mismo destino amargo: a Carlitos pretenden “curarle” de su amor con psiquiatras y curas, Mariana quizá muere, y el progreso prometido resulta ser una decepcionante pérdida de la identidad en favor de toda novedad llegada de los Estados Unidos. Y lo que es más grave aún: incluso el recuerdo de lo que fue (Mariana, Jim, el México de entonces) queda borrado, porque la memoria no basta para mantener el pasado con vida. El recuerdo es una mitificación, una idealización que obra por su cuenta, y cuando construimos nuestro presente sobre un episodio que tal vez solo sucedió en nuestra mente (Mariana, el México próspero que un día se llegó a vislumbrar), ese presente se levanta sobre unos cimientos que se desvanecen.

Pese a que los recuerdos son los de un niño mexicano de finales de los años 40, podrían ser los de un niño español de poco después (el desarrollismo se hizo esperar algo más en España): la madre ansiosa de electrodomésticos que alivien su trabajo en el hogar, los primeros productos en serie, el cine como escuela que compensa los efectos de una religión morbosa que, so pretexto de combatir los malos pensamientos, los induce (Carlitos sale del confesionario con el firme propósito de hacer todo lo que el cura le ha preguntado y él hasta ese momento ignoraba). 

Como ocurre también en muchas otras novelas que recrean la misma franja temporal, en la literatura europea, española y norteamericana, la generación que madura al término de la Segunda Guerra Mundial se caracteriza por la radical incomunicación con la generación precedente: Carlos representa la primera promoción de mexicanos que no libra ninguna guerra, y que vive en paz (una paz comprada al precio de la corrupción, como palmariamente se ve en el libro). Otro tanto podría decir en España la Andrea de Nada. Un abismo separa a estos protagonistas y narradores de sus progenitores, que son siempre vencedores o vencidos pero que necesitan de una guerra para dar sentido a sus existencias. Por eso las batallas en el desierto –las guerras de judíos y árabes reales, o las de los niños en el patio del colegio— no son alarmantes, pero sí lo es que Carlos se enamore de Mariana, pues la violencia forma parte de la vida cotidiana de los adultos, pero el amor –el más inocente: el de un niño cuya idea del deseo es aún difusa— es un auténtico acto de rebeldía.

Carmen Morán

Los santos inocentes. Miguel Delibes

Jueves 27 de noviembre de 2014

Ayer tuvo lugar un nuevo encuentro del Club de lectura Con mucho gusto, de la Universidad de Valladolid, con sede en la Biblioteca Reina Sofía, en el que el libro a comentar fue Los santos inocentes, de Miguel Delibes.

 Los santos inocentes

Comentar un libro de Miguel Delibes no resulta fácil en un caso como el que nos ocupa y ello por varias razones, entre ellas, porque ya tuvimos ocasión de traer a nuestro club de lectura otro texto suyo (Mi vida al aire libre, en enero de este año); también por tratarse de un escritor vallisoletano y encontrarnos en su ciudad natal, y en tercer lugar, porque pudiera parecer que todo está ya dicho en torno al autor y su obra. Sin embargo, la invitada que eligió y comentó el texto fue Amparo Medina-Bocos, una de las mayores conocedoras de la obra de Delibes, como lectora, investigadora y maestra. Amparo ha sido catedrática de literatura española en el instituto Ramiro de Maetzu de Madrid, y profesora en la UNED. Su pasión y conocimiento de la obra de Delibes quedaron plasmados ayer en nuestro encuentro con ella, ya que nos brindó un estudio completo de la obra.

Amparo comenzó justificando la elección de Los santos inocentes: primero por ser de Delibes, autor de la que ella es apasionada, segundo, por ser un autor de Valladolid, y en tercer lugar, porque considera que esta obra es la más redonda de la extensa producción del autor. Y para ello trajo un texto escrito, porque como el propio Delibes señaló, se trata de decir mucho con el menor número de palabras posible.

En Los santos inocentes, obra que junto al relato “Los nogales” eran las que más le gustaban a su autor, se hallan varios de los elementos constantes en la narrativa de Delibes: la naturaleza, la muerte y el conflicto social. Y al igual que hiciera el autor con obras anteriores como en El camino o en Diario de un emigrante, abandona Castilla y sitúa los acontecimientos de la obra en el campo extremeño. De la mano y sabiduría de Amparo, tuvimos la oportunidad de conocer otros datos en torno a la gestación de esta novela no tan conocidos, como que el proceso de escritura fue muy dilatado en el tiempo, pues comienza en los años 60 y se termina en 1980. En ella se abordan las relaciones, casi feudales, entre los señores y los criados en los años 60 del pasado siglo en una finca del campo extremeño. Presenta una división en seis libros –como los denomina Delibes- en los que en los cuatro primeros se centran en la presentación de los personajes y los dos últimos son más narrativos y en ellos se desencadena la tragedia final.

Para Amparo Medina-Bocos son dos las particularidades que sobresalen cuando se lee Los santos inocentes: que es la más dura del autor y que es la más poética. Por ello es necesario referirse al estilo de la novela, en gran medida experimental y ya anunciado en obras anteriores como El camino y Las ratas. Este estilo es depurado, alejado de ciertos excesos retóricos anteriores, y se acerca a la vanguardia literaria, como también lo hace en otras obras como Cinco horas con Mario. Así, hay caso omiso a las normas de puntuación otorgando al conjunto un carácter poético y oral. Especialmente significativa es en esta novela el uso magistral de la voz narradora, que se puede adivinar en dos esferas, una voz popular y una voz culta, como demostró Amparo al repartirnos unos folios con los textos que lo corroboran, así como la disposición casi en versículos convirtiendo el texto en un poema en prosa.

En cuanto al título tiene dos posibles significados, ya que los inocentes” remite al texto bíblico de sobra conocido, pero también al apelativo con el que en Castilla se llamaba y se llama a las personas con alguna incapacidad. Y en este sentido parece usarlo Delibes en boca del personaje de Régula para referirse a Azarías y Charito, los dos “inocentes” de la obra.

Por otro lado, es difícil referirse a Los santos inocentes sin mencionar la película homónima que el director Mario Camus realizó en 1983; se trata sin duda de una espléndida adaptación, la mejor de los textos del escritor vallisoletano, en la que uno de los mayores logros fue la elección de los actores, hasta el punto de que se puede afirmar que Camus “puso cara” a los personajes de la novela, y así han perdurado en la imaginación colectiva de todos nosotros.

Los asistentes también pudieron expresar su admiración hacia la novela, no sólo desde el punto de vista del contenido, que fue largamente comentado, sino especialmente desde el punto de vista formal. En definitiva, fue una tarde con Delibes y con Amparo, en la que el primero nos brindó la magnífica materia prima para leer, la novela, y la segunda nos ofreció toda una exégesis para comprender más y mejor la grandeza de una literatura escrita en mayúsculas. Gracias.

El viento en las hojas. J.A. González Sáinz

Viernes 7 de noviembre de 2014

El pasado miércoles tuvo lugar un nuevo encuentro del Club de lectura Con mucho gusto, de la Universidad de Valladolid, con sede en la Biblioteca Reina Sofía, en el que el libro a comentar fue El viento en las hojas, de José Ángel González Sainz.

  El viento en las hojas

José ángel González Sainz fue el invitado encargado de presentar y en cierta medida, desmenuzar su libro, así que de nuevo el Club cuenta con la generosa presencia del autor del texto a comentar.

El viento en las hojas, publicado en 2014, es un libro de 7 relatos con los que su autor consigue explorar las capacidades del lenguaje para crear una prosa infinita en significaciones y perfecta en su factura. En su intervención, González Sainz apuntó algunas premisas que sirven para comprender mejor no sólo su propia obra, sino el proceso creativo que la origina. En este sentido, afirmó que para él cada libro es un reto, un desafío que en este caso le ha llevado a explorar los límites de un género, el del relato. También confirmó que los textos que integran el conjunto no se van escribiendo de forma independiente, sino que existe una idea previa del libro como unidad, y a partir de dicha idea se van componiendo las distintas narraciones. Y lo mismo con respecto al orden de aparición en el conjunto, ya que cada relato está en un lugar largamente pensado. Nada, pues, es arbitrario, sino fruto de mucha reflexión y trabajo

A partir de estas afirmaciones, González Sainz nos brindó su idea de la literatura como intento de conocimiento de lo que somos, y en este sentido, la literatura se presenta como el instrumento artístico para la proyección de significado, que partiendo de lo literal, alcanza la esencia de lo humano. Con estos principios nos fue revelado lo que para el escritor es, en este caso, la naturaleza de la literatura: misterio que entronca con los enigmas del ser humano y que pretende producir “asomos” e inquietudes.

En cuanto a los relatos que forman El viento en las hojas, todos coincidimos en su escaso soporte argumental a favor de la creación de una prosa excelentemente elaborada para crear cierto tipo de “textura”; una prosa que proyecta una imagen laberíntica del lenguaje. En este sentido, González Sainz se presenta como un artesano de la palabra, la cual elabora con enorme esfuerzo en un proceso de arduo trabajo, como se aprecia en cada una de las páginas del libro. Además, el hecho de ser relatos dota a los textos de mayor dificultad de elaboración, puesto que en breve espacio hay que dar cuenta de todos aquellos elementos considerados sustanciales para el sentido final, administrando de forma precisa los detalles. Los suyos, además, están escritos con un estilo hipotáctico, forma idónea, en palabras del autor, para la reflexión.

Aun con todo, los participantes del grupo sí comentaron algunos aspectos que tienen que ver con la interpretación de los relatos, con su fondo simbólico, y de ahí surgieron varias lecturas. En conjunto se puede afirmar que el tiempo es el eje argumental de todos ellos, y unido al tema del tiempo, la libertad (de elegir un sabor de un helado, como en el primer relato), el paso del tiempo y la visión del propio final (como en la Ligereza del pecíolo, uno de los relatos más logrados), los miedos y las distintas miradas (La amplitud de la sonrisa), o la fuerza de la imaginación (Durante el breve momento que se tarda en pasar). En todos ellos hay un elemento en común, las hojas de los árboles movidas por el viento, imagen con muchos significados que tienen que ver con lo inefable, con lo inextricable, con el misterio. Por ello, no hay desarrollo de los personajes, sino que éstos se presentan en una situación a la que el autor “saca punta”, de manera que muestra todas las posibilidades de situaciones de personajes.

Se puede afirmar que las grandes obras de la literatura son como un artefacto construido con arreglo a ciertas normas de composición, en el fondo muy artesanales; de modo que, con independencia de otro tipo de consideraciones de carácter ideológico, histórico o filosófico, no es embarazoso admitir que unas obras entran en esos baremos de obras clásicas, y otras en absoluto. Y El viento en las hojas entra de lleno en esta categoría de gran obra, de clásico.

Agradecemos a José Ángel su presencia en nuestro club de lectura y su capacidad para mostrarnos los secretos de su literatura, esa que en su caso se escribe con mayúsculas.

Con Mucho Gusto, club de lectura

Estrenamos tablero en Pinterest dedicado “Con Mucho Gusto” al club de lectura.

Para empezar, la primera obra escogida por nuestro invitado sorpresa: “El escritor que no sabía leer y otras historias de la neurociencia”, de J. Ramón Alonso.

Esto promete…

Con Mucho Gusto, club de lectura

Rayuela. Julio Cortázar

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Jueves 7 de mayo de 2014

Ayer celebramos un nuevo encuentro los miembros del Club de lectura Con mucho gusto de la Universidad de Valladolid, con sede en la Biblioteca Reina Sofía, en este caso para hablar de Rayuela, de Julio Cortázar.

En esta ocasión contamos con un invitado conocido por los miembros del club que participaron en la temporada pasada, Ángel Hidalgo, puesto que también clausuró aquélla.

 Rayuela

A lo hora de escribir esta nueva entrada en el blog tengo la duda de qué camino seguir: por un lado, podría referirme a los valores de Rayuela, la magna obra de Julio Cortázar publicada en 1963, que se presenta de nuevo con total vigencia puesto que además de sus infinitas cualidades literarias, en 2014 se está celebrando el centenario del nacimiento de su autor, lo que sin duda es un doble motivo para rendirle homenaje. Pero por el otro lado, nuestro invitado de ayer, Ángel Hidalgo que como ya dije en otra ocasión es músico por afición, profesión y devoción, nos dio una clase magistral de la música contenida en Rayuela, de la que todos aprendimos y disfrutamos.

Nos contó Ángel que hay una extensa bibliografía que trata el tema de Cortázar y su relación con la música, pero -y a pesar de su extrema humildad-, no creo que pudiéramos contar con un profesor mejor documentado, más claro y didáctico de lo que fue ayer nuestro invitado, porque nos fue desvelando, rotulador en mano, las distintas fases por las que fue evolucionando la música negra desde comienzos del siglo XX hasta los años 60 en los que escribe Cortázar Rayuela, centrándose de manera especial en el Jazz y señalando los centros geográficos en los que esta música se iba desarrollando (Nueva Orleans, Chicago).  De este modo supimos que algunas partes de la novela, especialmente en los capítulos 13 al 18, la música está muy presente, pero no la música al uso o más popular dentro de cada estilo, porque como Ángel nos desveló, las menciones y análisis musicales contenidos en las páginas de Rayuela no son ni mucho menos de conocimiento habitual, ya que es una música de público minoritario concentrado en eruditos y expertos. Es decir, en Rayuela Cortázar se presenta como un sabio conocedor de una música que no era la habitual, extraña y muy muy personal.

Por otro lado, entrando ya de lleno en la novela, dos fuentes animan a Cortázar a la escritura de Rayuela, como el mismo declaró: por un lado, su cuento “El perseguidor”, por el otro, la lectura de una biografía de Charlie Parker, a quien admiraba profundamente y cuya vida le impresionó. Además, y relacionado con la música, también el autor argentino declaró que la composición de Rayuela se relacionaba con la improvisación del jazz, y sus últimos capítulos fueron redactados en un completo estado de “gracia” semejante al éxtasis del intérprete que consigue sublimar una pieza musical.

Así pues, no hablo en este caso de Rayuela y de sus virtudes literarias, porque son evidentes, ampliamente señaladas y sin posible reseña que las contenga debido a su magnitud y grandeza, y sí de la visión musical que de la obra nos ofreció Ángel, que además nos obsequió a cada uno de nosotros con un CD con las grabaciones de alguna de las piezas musicales principales contenidas en la novela. Muchas gracias.

Y con este broche de oro literario-musical terminamos los encuentros de esta segunda temporada del Club de lectura Con mucho gusto (con vinito y empanada – gracias, Carmen). Agradecer a todos, invitados y participantes, su colaboración, su disponibilidad y sobre todo, su amor a los libros. Esperemos que la temporada tercera nos traiga más y mejor del inmenso mundo de la literatura.

Muchas gracias.

Otra información:

5 razones para volver a leer Rayuela

32 frases y extractos de Rayuela

Fuente de la imagen: http://noticiaaldia.com/2014/02/rayuela-de-julio-cortazar-hoy-llega-a-50-anos-de-su-publicacion/