El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia. Patricio Pron


Miércoles 27 de mayo de 2015

Ayer
tuvo lugar el último encuentro de esta tercera edición del Club de Lectura “Con
mucho gusto”, con sede en la Biblioteca Reina Sofía, y el libro elegido fue El espíritu de mis padres sigue subiendo en
la lluvia
, de Patricio Pron (Mondadori, 2011).  

El espíritu de mis padres sigue subiendo en
la lluvia  

El encargado de elegir y presentar
esta novela fue José Ramón González García, profesor de Literatura española
contemporánea y Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Valladolid, y
actualmente Vicerrector de Extensión Universitaria y Relaciones Internacionales
de la misma institución. A pesar de esta última circunstancia, o además de
ella, Ramón nos visitó como profundo conocedor de las nuevas tendencias de la
narrativa en castellano, tanto aquí como en Hispanoamérica, y así quedó
demostrado en su visita de ayer. El texto elegido fue El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia, del
argentino Patricio Pron. Se trata de un texto y de un autor prácticamente
desconocido para la mayoría de nosotros, lo cual favorece una de las funciones
de un club de lectura, que además de leer, tiene que procurar dar a conocer
nuevas propuestas literarias.

Ramón comenzó su intervención señalando
que esta novela de Patricio Pron es un texto extraño tanto por su contenido
como por su estructura. Hay que tener en cuenta que Pron es un joven escritor,
que aunque nacido en Argentina, ha vivido en Alemania y actualmente lo hace en
España. Su novela, como acertadamente fue desgranando nuestro invitado, parte
de una realidad para convertirse en una ficción, con la peculiaridad de que esa
realidad es autobiográfica, y esa ficción es a veces resbaladiza. La novela aborda
de forma original la recuperación de la memoria histórica, en este caso en
Argentina, pero a través del testimonio. El narrador-protagonista, después de
vivir unos años en Alemania, vuelve a su Argentina natal porque su padre está
enfermo en un hospital. Poco a poco va descubriendo, a través de los papeles de
su padre, una historia para él desconocida en la que a partir del asesinato de
un personaje sin demasiada entidad, Alberto Burdisso, que su padre había
investigado, retrocede hasta su hermana, Alicia Burdisso, desaparecida durante
la dictadura argentina. Poco a poco va descubriendo la historia más oscura de
la dictadura, pero sobre todo, va conociendo a su padre y a sí mismo. Es un
texto de introspección y búsqueda.

La novela está dividida en tres
partes que se corresponden con los tres momentos fundamentales que llevan al
protagonista al descubrimiento de su propia entidad: una primera parte de
introducción cuando vuelve de Alemania, donde ha llevado una vida errática en
la que no han faltado el consumo de pastillas ni tampoco cierta apatía que le
ha conducido a una falta de compromiso con todos y con todo; una segunda parte
en la que empieza a indagar en el asunto de Alberto Burdisso a raíz de la
documentación encontrada entre los papeles de su padre, y una tercera en la que
la desaparición de Alicia Burdisso le conduce a preguntarse acerca de quién fue
su padre y qué papel tuvo en su fasmilia la dictadura argentina. Son tres
momentos muy precisos en la novela, tres secciones que se conectan entre sí y
que contribuyen a dar un sentido general a la novela.

Con todo, y como señaló Ramón, el
texto de Pron es extraño, primero porque no tiene el desarrollo de una novela
policial, como se podría esperar cuando comienza a descubrir la documentación
en torno al asesinato de Burdisso; en segundo lugar, porque no enjuicia lo que
va narrando, sino que de modo neutro en la forma del relato, intenta implicar
al lector en la valoración de cuánto va descubriendo de su país, de su familia
y de sí mismo. Porque no es, efectivamente, un relato de investigación
criminal, aunque se reproduzcan con detenimiento los documentos en torno al crimen
de Alberto Burdisso, ni tampoco es una novela histórica, aunque la sombra de
los padres y de la historia reciente de su familia y de Argentina presida la
obra. Sin duda, El espíritu de mis padres
sigue subiendo en la lluvia
es uno de esos textos difíciles de encasillar,
a caballo entre la autobiografía y la ficción, donde lo real y lo literario se
mezclan en un conjunto muy bien estructurado. Se trata de una obra inserta en
la llamada posmemoria, que recupera la memoria histórica a través del
testimonio por parte de quienes no lo vivieron directamente sino a través de la
memoria de otros. En este sentido, la obra de Pron conecta con otras anteriores
que anticipan esta misma entrada en la memoria heredada, como Soldados de Salamina, de Javier Cercas
(2001) o más recientemente El material
humano
del guatemalteco Rodrigo Rey Rosa (2009).

Presentada la novela por Ramón con
erudición y buen hacer, los participantes comentaron la extrañeza que esta
lectura les produjo, por lo menos al comienzo de la misma. Es indudable que es
un texto en el que cuesta adentrarse, que necesita ser completado para entender
todo su sentido, ya que el lector no sabe, al inicio, qué tipo de novela está
leyendo. Y aun con todo, el sentir general, salvo alguna excepción, fue de
satisfacción por acercarse a un libro distinto, original en su forma y en su
contenido, y sobre todo, desconocido. En las conclusiones pudimos advertir que El espíritu de mis padres sigue subiendo en
la lluvia
es una novela profunda, que trata un tema fundamental como es el
descubrimiento de uno mismo a través de los agujeros que el tiempo, el
desconocimiento y la memoria dejan en cada uno de nosotros, realizado en un
tono pausado, tranquilo, cercano a la autobiografía y navegando en las difusas
fronteras que separan lo real de lo ficcional. Por otro lado, la variedad
formal enriquece el texto, porque debido a la propia temática, el autor
intercala diferentes discursos que van de lo policial a lo periodístico e
incluso lo onírico.

Para concluir quiero señalar, como
tantas veces he hecho, que esta novela difícilmente puede ser resumida en toda
su complejidad en unos párrafos, y que necesita de una lectura pausada y
atenta. No se trata tanto de analizarla como de experimentarla, aunque gracias
a la introducción de quien la eligió y presentó, a todos se nos hizo más clara
esta última tarea.

Gracias a Ramón, por su generosa aportación,
y a todos los participantes ahora que concluimos esta tercera edición del Club
de Lectura “Con mucho gusto”, porque sin vosotros todos estos libros quedarían
en el estante de las fotos: vosotros los hacéis vivos y con ello, reivindicáis
el placer de la lectura “con mucho gusto”.

La hoja del ginkgo biloba. Miguel Rojo

Jueves 7 de mayo de 2015

El curso
va pasando y los encuentros del Club de Lectura “Con mucho gusto”, con sede en
la Biblioteca Reina Sofía, avanzan hacia el final de su tercera edición. Ayer
el libro a comentar fue La hoja del
ginkgo biloba
, de Miguel Rojo (Ed. Difácil, 2010).  

La hoja del ginkgo biloba

En esta nueva sesión literaria
contamos con la presencia de César Sanz, creador y alma máter de la editorial
Difácil de Valladolid, que fue el encargado de seleccionar y presentar La hoja del ginkgo biloba, del asturiano
Miguel Rojo. En esta ocasión es justo emplear unas palabras para señalar que es
la primera vez que acude un editor como invitado, y era necesario por cuanto ya
han pasado escritores y lectores varios, así como profesionales de otros
ámbitos, pero nunca un editor nos había mostrado el punto de vista de la
situación literaria actual, una mirada también desde el otro lado de la
barrera. De esta forma, un club de lectura se presenta como un lugar idóneo
para conocer no sólo un escritor desconocido para la mayoría, sino también para
descubrir, para casi todos, una editorial que siendo de Castilla y León, no ha
contado con la suficiente visibilidad. Las dos esferas fueron atendidas, y
tanto el libro a comentar como la encomiable labor de César al frente de
Difácil nos fueron presentadas en la tarde de ayer.

César Sánz cuenta en Difácil con un
catálogo de gran calidad, debido en gran parte a su implicación en la
selección, enmienda y resultado de aquello que publica. Y en el caso de Miguel
Rojo y su Hoja del ginkgo biloba,
publicado en 2010 en Difácil, esta premisa se confirma. Aun siendo un autor muy
reconocido en Asturias, su obra no es tan conocida aquí, por lo que la lectura
y comentario de su libro nos mostró un escritor al que sin duda seguir la
pista.

Entrando ya en el terreno puramente
literario, es difícil sintetizar lo que es La
hoja del ginkgo biloba
, ya que ni su clasificación genérica es precisa. Se
trata de una “novela de cuentos”, un texto de 158 páginas y nueve historias, a
las que precede un breve cuento chino titulado La hoja del ginkgo biloba. Sin embargo, esas nueve historias -que tienen
sentido de forma independiente y en desorden-, mantienen una relación, leídas
tal y como aparecen en el libro, a veces muy sutil, otras más evidente, que las
enlaza en un entramado vital cuyo hilo conductor es el azar. Bajo este armazón unos
cuentos y otros se entrecruzan y allí donde acaba uno se desencadena el otro, a
través de anécdotas, aparentemente cotidianas, presididas por eso que llamamos
casualidad. Esta estructura narrativa permite a Miguel Rojo introducir distintos
argumentos y también diferentes personajes, que son espejo y reflejo del mundo
real, caracteres de ficción cotidianos en los que hay niños, adolescentes,
personas comunes del entorno rural, prostitutas, emigrantes y una amplia
galería de tipos de distintas edades y sexo. Maestría supone que dichos
personajes estén perfectamente definidos con pocos rasgos, pues el relato como
género no admite extensión, y sean identificables en la descripción de sus
acciones y sentimientos. En este sentido, es sorprendente la capacidad por
parte del autor de elegir aquellas anécdotas y rasgos de cada uno de ellos para
que el lector los conozca y entienda su reacción al asumir las consecuencias de
lo que aparentemente sólo son hechos diarios, que sin embargo, desencadenan una
serie de acontecimientos fundamentales en la vida de ellos mismos y de otros.

En cuanto a la forma, cada historia
de las nueve que componen el conjunto está narrada por una voz diferente con un
despliegue completo de todas las posibilidades de focalización, y esta variedad
de puntos de vista otorga al texto una dificultad técnica verdaderamente
significativa que, por el contrario, es imperceptible por parte del lector,
como corresponde a un buen narrador. Añadir que desde el punto de vista léxico,
la obra de Miguel Rojo recupera el habla del ámbito rural de la zona de León, y
se despliega seria o vulgar de acuerdo a una polifonía perfectamente
conseguida.

Presentada la obra, los participantes
comentaron los elementos más interesantes de los relatos que integran La hoja del ginkgo biloba. Fue unánime la
opinión al destacar los temas fundamentales que sustentan el texto: el azar, la
infancia, las relaciones humanas, la recuperación de la memoria y el mundo
rural. También se señalaron aciertos que tienen que ver con los personajes,
dotados de agilidad y frescura, y especialmente se alabó la recuperación del
mundo rural a través de las acciones y del lenguaje, entendido como una
necesaria recuperación de la memoria rural que poco a poco se va perdiendo (en
este caso, zona rural de León, con la que el autor mantiene relación desde la
infancia).

Como señala el propio editor “en esta
obra que nos habla de la gente sencilla y su vida cotidiana, todo es verdad,
sorprendentemente real, porque verdadera es siempre la gran literatura cuando
desnuda el alma humana”. Y eso exactamente es lo que hace Miguel Rojo en La hoja del ginkgo biloba, acercarnos a
un pasado real aunque probablemente olvidado, donde el ser humano se somete al
azar que gobierna toda existencia humana. Feliz encuentro con esta obra, con
Difácil y con César Sanz, al que agradecemos la labor de divulgación de nuestra
buena literatura.

Ritmo lento. Carmen Martín Gaite

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Jueves 16 de abril de 2015

En la
tarde de ayer tuvo lugar un nuevo encuentro de los miembros del Club de Lectura
“Con mucho gusto”, con sede en la Biblioteca Reina Sofía, en el que el libro a
comentar fue Ritmo Lento, de Carmen
Martín Gaite.  

Ritmo lento

En esta ocasión tuvimos como invitada
a Nieves Toribio, licenciada en Filología hispánica, bibliotecaria y
actualmente en cargo de gestión de la Junta de Castilla y León. Además, Nieves
es aficionada a los clubes de lectura y coordina uno de Lectura fácil, con lo
que su presencia estaba más que justificada.

El texto elegido fue Ritmo lento, de Carmen Martín Gaite,
novela publicada en 1963. Nieves comenzó explicando su elección, que tiene que
ver con el hecho de que en el tiempo de andadura de nuestro club “Con mucho
gusto” hemos leído muy poca literatura escrita por mujeres y menos españolas,
así que, con acierto, vino a paliar esta carencia. Por otro lado, y la historia
de la literatura española del siglo XX no desmiente esta teoría, hay dos
escritoras que si bien no han sido olvidadas del todo, han recibido menos
atención de la necesaria, merecida y deseada: Josefina Aldecoa y Carmen Martín
Gaite. Por ello se decidió a presentarnos Ritmo
lento
, novela menos conocida que Entre
visillos
, pero que se presta a un buen debate en lectura compartida.

Ritmo lento se
publicó en 1963. En ella, Martín Gaite va descubriendo la existencia de David,
un personaje inclasificable que se caracteriza por la desidia, por la
incapacidad de hacer nada en la vida; rodeado de familiares y de personas que
va conociendo, David presenta una forma “anormal” de existencia, en un mundo de
convencionalismos. Es un personaje difícil de definir y más difícil de
comprender. La novela está escrita en primera persona, es un relato autodiegético
-a excepción del prólogo y el epílogo-, lo que otorga una visión “parcial” y
personal del propio David de dicha vida anómala que él, por otro lado, parece
transitar sin demasiados problemas, o al menos así se vislumbra en lo que
decide contar al lector como narrador de su propia peripecia vital.

Situada en su contexto, Ritmo lento es una apuesta por las
nuevas formas de experimentación de la narrativa española a partir de los años
60, iniciadas por autores como Luis Martín Santos, pero también con autores
procedentes del realismo social como Juan Marsé o Juan Goytisolo y otros de la
generación anterior, entre los que sobresalen  Camilo José Cela, Miguel Delibes
y Gonzalo Torrente Ballester. Carmen Martín Gaite entra con Ritmo lento en esa nueva forma de
concebir la narrativa, que agotada del realismo social, ensaya nuevos caminos,
pero lo hace de una manera muy sutil. Ritmo
lento
es una novela psicológica, donde efectivamente el ritmo es lento,
demorado y centrado, al menos aparentemente, en lo cotidiano de una familia de
clase media y en uno de sus miembros, David, el protagonista y narrador,
aquejado de una apatía vital. Sin embargo, esa aparente sencillez y lentitud se
resuelve a través de un estudiado y preciso lenguaje, que fácilmente fluye ante
el lector, en una prosa asombrosamente efectiva para expresar con intriga
novelesca el relato de la “nada” como postura ante la vida.

Con estas premisas iniciales es
comprensible que esta novela facilite un análisis compartido, por cuanto
presenta una extrema dificultad en cuanto a la interpretación de su fondo, y
una aparente sencillez en cuanto a su forma. Y Nieves Toribio, consciente de
esta circunstancia, comenzó preguntando qué persigue su autora con este texto y
sobre todo, dónde consideramos cada uno que está la frontera entre lo normal y
lo anormal del comportamiento humano. La respuesta a estas dos cuestiones es la
respuesta a la novela de Martín Gaite, en la que aparecen una serie de temas
que son fundamentales para comprender la psicología del protagonista. En las
páginas de Ritmo lento David relata  cómo ha sido su educación, en casa y por su
padre, sin relacionarse con niños de su edad ni vivir la experiencia propia de
cada momento en la infancia y juventud:

Pronto, no obstante, empecé a ser
consciente de que aquellas visitas al cuarto de mi padre, a medida que se me
iban haciendo imprescindibles, contribuían por otra parte a aumentar las
dificultades que ya tenía para acoplarme al mundo establecido y hacerme amigos
entre las gentes de mi edad (1963: 103).

            Y también “anormal” se considera la
relación que el personaje mantiene con otros de su entorno: su hermana Aurora,
su amiga Lucía, su prima Magdalena o su psiquiatra don Jaime, entre varios. Por
ello, el tono es cerrado, como hermético es David, y el lector experimenta
desconcierto y atracción. Y entre otros asuntos, muy comentado fue el epílogo,
suprimido de algunas ediciones de los años 70, y que provocó discrepancias en
cuanto a su oportunidad o no y el cambio que tal epílogo puede suponer en la
interpretación general de la novela.

           En cuanto al
proceso de creación de esta obra, Nieves señaló la estrecha relación de Martín
Gaite entre su obra y su propia biografía, en muchos aspectos similar a la de
su protagonista. Una vida -con más sombras que luces- de una mujer escritora en
la España de posguerra y casada con otro escritor, Rafael Sánchez Ferlosio, receloso
del reconocimiento literario ajeno. Por ello, en las obras de la autora es
fácil comprender que vida y escritura van de la mano, sin poder desligar
claramente una y otra. Pero es que en el caso de Ritmo lento, esa circunstancia se da también en el lector, porque
al tratarse de una esmerada descripción psicológica en primera persona, es
difícil no preguntarse qué ritmo tenemos cada uno, en la vida y en aquello que
elegimos para vivirla.

           Como hemos
señalado en otras ocasiones, Ritmo lento
no puede ser resumida ni tan siquiera contada, tiene que ser leída para
experimentar con el lenguaje la pausada pero sólida experiencia de la
diferencia en los seres humanos, en un personaje a partes iguales incomprensible
y atrayente. Así nos la trajo Nieves, a la que agradecemos su participación, y
así disfrutamos de ella.


Más información:

Carmen Martín Gaite, hacia la magia (Blog de David G. Couso) 

La Cena. Herman Koch

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Jueves 12 de marzo de 2015

En la tarde de ayer tuvo lugar un nuevo encuentro de los miembros del Club de Lectura “Con mucho gusto”, con sede en la Biblioteca Reina Sofía, en el que el libro a
comentar fue La cena, de Herman
Koch.  

La cena

En esta ocasión,
la novela fue elegida por un estudiante de 5º de Medicina, Diego Morante, y
quiero resaltar esta circunstancia porque es la primera vez en el tiempo de
andadura de nuestro club de lectura –y ya estamos en su tercera edición-, que
un estudiante participa como invitado. Y por ello, por ser Diego muy joven, es
significativo el que la obra propuesta sea tan provocadora desde muchos puntos
de vista y tan madura, e induzca a una reflexión profunda acerca de cuestiones
fundamentales del hombre actual. Diego, por su parte, señaló que la había leído
anteriormente, que su visión de la misma ha ido cambiando a lo largo de los
años, pero insistió en que su lectura le perturba ahora como entonces.

La cena se publicó en 2009; su
autor es el holandés Herman Koch, más conocido en su país como personaje
televisivo y periodista. Con esta obra (en español, ed. Salamandra, 2010),
alcanzó reconocimiento como escritor no sólo en su país, sino en todo el mundo,
al presentar un texto que difícilmente deja indiferente a nadie. En La cena, dos parejas -en las que ellos
son hermanos-, se citan para cenar en un lujoso restaurante con el propósito de
resolver un problema relacionado con sus hijos, uno de cada pareja, de 15 años.
Sin embargo, no es este simple argumento lo que el lector encuentra cuando lee
esta obra, sino mucho más desde el punto de vista semántico y formal.

La
novela está narrada en primera persona por Paul Lohman, profesor forzosamente
en paro, casado con Claire y padre Michel; enfrente su hermano, el político y
candidato a primer ministro de Holanda Serge Lohman, su mujer Babette y su hijo
Rick. A través de Paul el lector irá conociendo el pasado y el presente de todos
ellos, y sobre todo, irá descubriendo el motivo de la cena que los ha reunido.
Y por esta razón, porque el núcleo es dicha cena, la novela está estructurada muy
acertadamente siguiendo los apartados de los que consta una cena que tiene
lugar en un restaurante: aperitivos, entrantes, segundo, postres, digestivo y
propina, que se encuadran perfectamente con la parte de la historia que se
relata en cada uno de esos momentos.

La trama
fundamental de La cena se descubre
hacia la mitad de sus páginas, cuando el narrador Paul va relatando cómo su hijo
Michel junto con su primo, en una noche de salida, se dirigieron a un cajero
para sacar dinero; allí encontraron durmiendo a una mujer indigente. Ante la
negativa de la mujer a abandonar el cajero, los dos jóvenes le lanzaron
diversos objetos y finalmente le prendieron fuego. A partir de este momento, el
lector se halla ante un conflicto ético y moral, porque las dos parejas se han
reunido a cenar para decidir si descubren o no a sus hijos ante las
autoridades, al no haber sido identificados por las cámaras de seguridad. Son,
pues, sus progenitores los que tienen que decidir qué hacer ante este crimen
perpetrado por sus hijos.

A partir
de este planteamiento, los participantes del club se mostraron especialmente
implicados en el comentario de la trama, puesto que bordeando la anécdota del
crimen cometido por los dos adolescentes, la prosa de Koch derrama aquí y allá
infinidad de planteamientos de orden social, moral, histórico, etc, que no
pasan indiferentes a ningún lector sensible. Llamó especialmente la atención el
hecho de que el narrador, que en primera persona nos cuenta el conflicto y la
cena, es un personaje que va cambiando a medida que trascurre la historia; si
al principio logra la empatía del lector, pronto se descubre como una persona inestable,
de hecho afirma que tiene una enfermedad mental, que persiguiendo la aprobación
de su mujer Claire, y fracasado ante el triunfo de su hermano, inculca en su
hijo todos los efectos negativos de su existencia, sin principios cívicos ni
morales y sobre todo, se muestra incapaz de trazar para su hijo una línea
divisoria entre el bien y el mal. Junto a él la mujer poderosa, manipuladora y
destructiva, Claire, mostrada por el narrador con enorme aprobación, al tiempo
que el lector va descubriendo su verdadera personalidad. Sin embargo, lo que
provocó más debate fue el hecho de que el hermano triunfador, que además es
político, con la carga negativa que ello puede suponer, sufre en las páginas de
esta novela un giro contrario al de su hermano, quien al principio lo presenta
con todos los defectos posibles, pero poco a poco se revela ante el lector con
una moralidad más asentada, y un sentido de la justicia y del castigo mucho más
éticos, pues siendo un personaje cuestionable, no posee la maldad de su hermano
y su cuñada.

Por otro
lado, la justificación de determinados comportamientos que aparecen en las
páginas de la novela a través de la enfermedad del narrador protagonista y su
traspaso genético en el hijo, fue ampliamente criticada por los lectores,
puesto que es innecesario dicho elemento para el propósito de criticar una
sociedad violenta, permisiva, decadente y sin principios.

Con
todo, esta es la lectura más evidente de la novela, pero en una revisión más
profunda, hubo quien ayer señaló que en estas páginas tan ajustadamente
escritas, hay toda una descripción de la Europa actual y de su decadencia, en
múltiples detalles de comportamiento y actitud que el autor describe para cada
personaje. Con ello, la obra de Koch es mucho más que el planteamiento de un
dilema de los padres ante el comportamiento de sus hijos, y su análisis puede
llevar a infinidad de cuestiones con las que el hombre vive y convive en este
tiempo, llegando con ello a un número creciente de lectores, puesto que la obra
es de una actualidad indudable.

Muchas cuestiones
más nos sugirió la novela a comentar, y otras que sin duda llevan a una reflexión
personal, con lo que se puede concluir esta reseña afirmando que cuando la
literatura ha sido desplazada por el cine y la televisión en su finalidad
lúdica, debe entonces hacer un esfuerzo por incomodar y mover al lector… y
ésta, sin duda, lo hace.

Gracias
a Diego  porque con su sugerencia
literaria, ayer nos “movió” un poco a todos.

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Las batallas en el desierto. José Emilio Pacheco

Jueves 18 de diciembre de 2014

En la tarde de ayer nos volvimos a reunir los participantes del Club de lectura Con mucho gusto, de la Universidad de Valladolid, con sede en la Biblioteca Reina Sofía, para comentar Las batallas en el desierto, de José Emilio Pacheco. La invitada que eligió y presentó este libro fue Carmen Morán, profesora de Literatura española de la Universidad de Valladolid, quien amablemente no sólo participó en el Club, sino que es la autora del texto que sigue.

 Las batallas en el desierto

Las batallas en el desierto (1981), de José Emilio Pacheco, es un libro breve: apenas 60 páginas en la edición de Montesinos, y la cifra varía poco en otras ediciones. Es, también una historia sencilla, sin grandes pretensiones de originalidad: lo que cuenta –cómo un niño se enamora de la mamá de su mejor amigo— lo hemos leído u oído ya incontables veces. Sin embargo, constituye un fresco extraordinariamente intenso de una sociedad y una generación, y una reflexión a la vez conmovedora y terrible sobre la nostalgia y el efecto del paso del tiempo sobre los ideales.

Las palabras con las que se abre la evocación del narrador –un Carlos adulto sobre el que no sabemos apenas nada, como si en su vida lo único que hubiese tenido algún valor hubiese sido aquel lejano episodio infantil— aniquilan toda confianza en la memoria como fuente de un conocimiento digno de crédito: “Me acuerdo, no me acuerdo: ¿qué año era aquel?”. El año en cuestión, 1948, no se menciona en la novela; únicamente dos datos aludidos casi de pasada nos permiten deducirlo: la creación del Estado de Israel y el incendio de la ferretería La Sirena. Esta extraña combinación de acontecimientos (lo global, perdurable y recordado por todos, de una parte; lo local, inmediato y recordado solo por unos cuantos, de otra), da exacta idea de lo que es Las batallas en el desierto: la memoria de una historia absolutamente particular, íntima y anecdótica (el amor de Carlitos por Mariana), en el marco de una historia colectiva, la de México en los años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial. El amor por Mariana es, en ese sentido, la metáfora de la esperanza de un México moderno y mejor, y a ambos les aguarda el mismo destino amargo: a Carlitos pretenden “curarle” de su amor con psiquiatras y curas, Mariana quizá muere, y el progreso prometido resulta ser una decepcionante pérdida de la identidad en favor de toda novedad llegada de los Estados Unidos. Y lo que es más grave aún: incluso el recuerdo de lo que fue (Mariana, Jim, el México de entonces) queda borrado, porque la memoria no basta para mantener el pasado con vida. El recuerdo es una mitificación, una idealización que obra por su cuenta, y cuando construimos nuestro presente sobre un episodio que tal vez solo sucedió en nuestra mente (Mariana, el México próspero que un día se llegó a vislumbrar), ese presente se levanta sobre unos cimientos que se desvanecen.

Pese a que los recuerdos son los de un niño mexicano de finales de los años 40, podrían ser los de un niño español de poco después (el desarrollismo se hizo esperar algo más en España): la madre ansiosa de electrodomésticos que alivien su trabajo en el hogar, los primeros productos en serie, el cine como escuela que compensa los efectos de una religión morbosa que, so pretexto de combatir los malos pensamientos, los induce (Carlitos sale del confesionario con el firme propósito de hacer todo lo que el cura le ha preguntado y él hasta ese momento ignoraba). 

Como ocurre también en muchas otras novelas que recrean la misma franja temporal, en la literatura europea, española y norteamericana, la generación que madura al término de la Segunda Guerra Mundial se caracteriza por la radical incomunicación con la generación precedente: Carlos representa la primera promoción de mexicanos que no libra ninguna guerra, y que vive en paz (una paz comprada al precio de la corrupción, como palmariamente se ve en el libro). Otro tanto podría decir en España la Andrea de Nada. Un abismo separa a estos protagonistas y narradores de sus progenitores, que son siempre vencedores o vencidos pero que necesitan de una guerra para dar sentido a sus existencias. Por eso las batallas en el desierto –las guerras de judíos y árabes reales, o las de los niños en el patio del colegio— no son alarmantes, pero sí lo es que Carlos se enamore de Mariana, pues la violencia forma parte de la vida cotidiana de los adultos, pero el amor –el más inocente: el de un niño cuya idea del deseo es aún difusa— es un auténtico acto de rebeldía.

Carmen Morán