El miércoles 10 de abril de 2013 nos citamos los que leemos con mucho y –en ocasiones con tanto- gusto para comentar El desprecio de Alberto Moravia.
Fue Beatriz Sanz Alonso, profesora de lengua española de la Universidad de Valladolid quien, entre titubeos y aciertos, justificó la elección de esta novela, considerada menor, de uno de los autores más leídos de la literatura italiana contemporánea.
Y fue sorprendente la divergencia entre los participantes; lo que enriqueció muchísimo el debate. Porque Beatriz Sanz eligió la obra, básicamente, por la interpretación completamente iconoclasta que Moravia hace de la Odisea de Homero y del Ulises de Joyce. Para explicar su punto de vista, el autor utiliza a los protagonistas: un matrimonio desavenido en el que la mujer desprecia profundamente al marido; lo que no le impide usarlo a conveniencia.
Y así, mientras esta relación conyugal sería solo el telón de fondo para la presentadora, fue el meollo de la novela para otros participantes que, no solo lo comentaron sino que la vieron en parte como arquetípica. Fue interesante, además, la distancia de los puntos de vista femeninos y masculinos ante una misma situación social.
También destacamos el modo en que Moravia explica cómo se escribe un guión y la relación de los guionistas con directores y productores.
Ayer tarde nos volvimos a reunir los participantes del Club de Lectura “Con mucho gusto”, de la Universidad de Valladolid, para comentar Luces de Bohemia, de Ramón María del Valle-Inclán.
Luces de Bohemia, de Ramón María del Valle-Inclán
Existe unanimidad entre los críticos, estudiosos y lectores en general en afirmar que Luces de Bohemia es sin duda la obra de teatro más importante de la literatura española del siglo XX y una de las más influyentes de todos los tiempos. Escrita en una primera versión en 1920 y revisada y publicada en su formato definitivo en 1924, Luces de Bohemia se presenta entonces y ahora como un texto con cualidades excepcionales que tienen que ver por un lado con su forma, un lenguaje sorprendente que articula diálogos vivos de gran fuerza expresiva y diferentes en cuanto a su tono, pues los hay coloquiales, informativos, propios del habla madrileña; por otro lado, esa condición de obra indispensable se confirma por su extraordinaria actualidad.
Aunque sigue siendo lectura obligatoria en bachillerato, y por lo tanto es o debería ser suficientemente conocida, no vendrá mal recordar los puntos básicos en los que se sustenta. Luces de Bohemia es una obra dividida en quince escenas que narran el último día de un poeta bohemio y pobre, Max Estrella, junto a Don Latino de Hispalis, por las calles de un “Madrid absurdo, brillante y hambriento”, como señala el propio Valle-Inclán. Max -reflejo de Alejandro Sawa (1862-1909), poeta sevillano que vivió y murió en la bohemia y desgracia y que se había quedado ciego en 1906-, también es ciego, vive en la indigencia y su vida se convierte en la imagen que proyecta el héroe clásico reflejado en un espejo cóncavo, técnica del esperpento que Valle-Inclán crea y aplica a su personaje en esta obra.
De este modo, el esperpento se presenta como una técnica que deforma la realidad para definirla. Y así, Max aparece en un proceso de autodestrucción, pero a diferencia de lo que sucede en la tragedia clásica, en la obra de Valle lo humano alcanza su esencia y grandeza en la incoherencia, degradación y destrucción del héroe. Ni en el personaje ni en España cabe la admiración trágica porque resultan ambos elementos ridículos y esperpénticos. Y nada mejor para entenderlo que las propias palabras del autor en boca de sus personajes, cuando en la escena XII nos ofrece el cotejo del esperpento con la tragedia clásica, en un diálogo ya mítico:
MAX: ¡Don Latino de Hispalis, grotesco personaje, te inmortalizaré en una novela!
DON LATINO: Una tragedia, Max.
MAX: La tragedia nuestra no es tragedia.
DON LATINO: ¡Pues algo será!
MAX: El Esperpento.
Y más tarde:
MAX: Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento. El sentido trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada.
DON LATINO: ¡Miau! ¡Te estás contagiando!
MAX: España es una deformación grotesca de la civilización europea.
DON LATINO: ¡Pudiera! Yo me inhibo.
MAX: Las imágenes más bellas en un espejo cóncavo son absurdas.
DON LATINO: Conforme. Pero a mí me divierte mirarme en los espejos de la calle del Gato.
MAX: Y a mí. La deformación deja de serlo cuando está sujeta a una matemática perfecta. Mi estética actual es transformar con matemática de espejo cóncavo las normas clásicas.
Por este camino Valle-Inclán ha mostrado la realidad española, absurda y contradictoria, a través de la técnica deformante del esperpento, que desgraciadamente, como se señaló ayer, aparece hoy de incómoda actualidad. Leamos de nuevo Luces de Bohemia para comprobarlo.
Retrato de Valle Inclán sacado de la página web del Museo Valle-Inclán, en A Pobra do Caramiñal.
Con el nuevo año comenzamos las actividades del Club de Lectura “Con mucho gusto”, y en concreto el 30 de enero nos volvimos a encontrar para comentar un nuevo libro, en este caso El castillo, de Franz Kafka.
El castillo
Como en ocasiones anteriores, cuando el autor es ya un clásico de la literatura universal, poco que añadir a su biografía de sobra conocida, como es el caso de Kafka, pero sí señalar que empezó El castillo cuando estaba ya muy enfermo en 1922, tanto es así, que no tuvo tiempo de terminarla, y se publicó en 1926, dos años después de la muerte del escritor.
La elección de esta novela y su comentario corrió a cargo del profesor de Ciencias Biológicas José Ramón Allúe, que comenzó su exposición señalando su percepción ante el texto; de esta forma nos aclaró que de las novelas largas de Kafka (El castillo, El proceso y América –titulada por Kafka El desaparecido), es El castillo la que produce en el lector sensaciones más o menos profundas que alejan su lectura de los parámetros de lectura tradicionales. En realidad en la novela se relatan las desventuras de K, así, sólo con la inicial, en su empeño por entrar en el Castillo en el que cree haber sido contratado como agrimensor. Y digo cree porque como lectores no nos queda claro si es ese su cometido o no, si se trata de una contratación real o por el contrario K busca por cualquier medio una nueva forma de vida. De las muchas interpretaciones que se han dado para ésta como para todas las obras escritas por Kafka, ninguna es absolutamente cierta ni deja de serlo, como vimos el otro día. Porque bajo la apariencia de un argumento lineal y organizado, la sensación generalizada es de desconcierto ante las distintas aventuras, también amorosas, por las que pasa K, en un empeño del protagonista por entrar en el sistema, encarnado en su trabajo de agrimensor en el castillo, empeño nunca resuelto. La novela, de larga extensión, presenta un tiempo interno de seis días y un séptimo que al estar inconclusa, resuelve el lector con la probable muerte del personaje de K.
La opinión de los participantes fue diversa en algunos de los elementos de la novela, entre los que se advirtió la relación de lo narrado con los sueños, con una atmósfera de ensoñación, donde prevalece el elemento imaginario, pues hay quien señaló la cercanía del texto a Alicia en el país de las maravillas, de Carroll, por la rareza y curiosidad que despierta. Y es que a pesar de los avatares extraordinarios de K al llegar a la aldea que le conducirá al castillo, el personaje se presenta perfectamente lógico, tanto en sus acciones como en su discurso. Por otro lado, se señaló en varias ocasiones la posible fuente autobiográfica de K, trasunto del propio autor y su indefinición vital, ya que lo único que Kafka mantuvo firme en su vida fue su deseo de escribir, siendo incapaz de llevar a cabo el resto de sus planes vitales, incluidos sus varios compromisos matrimoniales, a los que no pudo enfrentarse. Desde este punto de vista cabe preguntarse si tanto Kafka como su personaje K buscan en realidad algo concreto o si su vida es precisamente eso, la búsqueda sin fin, como Sísifo condenado a subir arrastrando una piedra a la cima de la montaña, para caer y comenzar de nuevo.
Por otro lado y desde el punto de vista formal, Allúe señaló muy acertadamente en mi opinión, la cercanía del lenguaje de El castillo a la introspección e intimidad propia del lenguaje poético, con una focalización interna que aporta distintas sensaciones en el lector; un lenguaje, al fin, en el que el receptor nunca permanece ajeno, ya que le proporciona una lectura llena de interrogantes acerca de uno mismo.
En definitiva, un muy buen invitado para una genial novela que suscitó un ameno y enriquecedor intercambio de lecturas acerca de un texto que nunca deja indiferente a quien lo lee.