Primera memoria. Ana María Matute

16 de diciembre de 2015

He tenido el gran honor de poder presentar la cuarta sesión
del club de lectura «Con mucho gusto», que se reúne en la Biblioteca Reina
Sofía. Desde aquí, quiero agradecer a la profesora Susana Gil-Albarellos su
invitación, que acepté, como no podía ser de otra manera, con mucho gusto.

 Mi elección fue Primera
memoria
, de Ana María Matute, escritora catalana que nos dejó
recientemente, hace poco más de un año. A pesar de los premios cosechados
durante toda su vida (su nombre sonó incluso para el Premio Nobel de Literatura
a finales de la década de 1970), hoy siento que es poco leída. Ojalá sirvan
estas líneas también para reivindicar su excepcional labor.

 Matute ganó el Premio Nadal de 1959 con esta novela, y fue
un reconocimiento merecido. Al leer sus páginas conocemos a tres jóvenes,
Matia, Borja y Manuel, que no quieren dejar de ser niños a pesar de que la isla
en la que viven (Mallorca, aunque no se nombra) está comenzando a llenarse de
los ecos no tan lejanos de una guerra que se está librando en el país. Estamos
en el verano de 1936 y la Guerra Civil Española acaba de estallar.

 Sin embargo, y este fue uno de los primeros puntos que
comenté acerca del libro, no es esta una historia sobre la Guerra Civil. Es
cierto que la contienda aparece como telón de fondo, pero nunca como personaje
principal. Nunca determina las acciones de los personajes, aunque a veces supone
la excusa perfecta para que viejas rencillas del pasado cobren de nuevo
importancia y dividan, lenta pero inexorablemente, la isla en dos bandos.

 Otro punto extraordinario de la novela, en mi opinión, son
los personajes: Matia (que narra la historia en primera persona) y Borja, dos
primos que comparten una relación de amor-odio; el joven Manuel, que tiene que
encargarse de su familia; el pobre Lauro, que terminará muriendo en la batalla.
Todos ellos son personajes redondos, con una evolución clara durante toda la
novela, con sus matices, con sus grises. No son maniqueos, no son ni buenos ni
malos; como tampoco nosotros lo somos siempre. Son humanos, no héroes.

 Aparecen también la abuela, doña Práxedes, que representa
la autoridad estricta, y tía Emilia, un personaje que encarna el hastío de una
mujer que espera a que su marido regrese del campo de batalla. Como olvidar a
Es Mariné y sus cigarros de contrabando, o al misterioso Jorge, de Son Major, entre
otros personajes que siguen resonando en nuestra memoria bastante tiempo
después de haber leído la última línea de la historia.

 Es también esta una novela de momentos, como la magnífica
escena que comparten Matia y tía Emilia en la hora de la siesta. Es imposible
no sentir el agobiante calor que supuran esas páginas del libro, y que nos
embriagan completamente.  

 Pero también es una historia realmente triste, con momentos
terribles: aquel perro muerto que envenena un pozo, aquel corte de pelo en mitad
de la plaza sólo para humillar a una mujer que acaba de perder a su marido. Ciertos
momentos de la novela nos golpean duramente por dentro, haciéndonos pensar en
todo lo que sufrió nuestro país hace casi ochenta años.

 Y quizá lo más dramático de toda la novela es el sentir
general de que a estos niños se les ha acabado el tiempo. Su mundo se ha
pinchado, no sólo por la guerra que resuena en las transmisiones de la radio
sino porque comienzan a darse cuenta de la miseria de la gente, de la soledad
que les inunda en ocasiones… Comienzan, poco a poco, a entender la vida, a
comprender que, como Matia reconoce al final, «la Joven Sirena no consiguió un
alma inmortal, porque los hombres y las mujeres no aman, y se quedó con un par
de inútiles piernas, y se convirtió en espuma».

 Terminada mi exposición inicial, se abrió un rico debate
entre los participantes. Las intervenciones fueron riquísimas y muy variadas.
Se hizo hincapié en la atmósfera de la novela: el calor asfixiante del verano,
el polvo de los caminos, cierta niebla que empaña los recuerdos de Matia,
nuestra protagonista y narradora. Se conectó la historia contada en Primera memoria con la propia vida de la
autora: Ana María Matute fue una niña de la guerra y, aunque no podamos decir
que es una novela autobiográfica en sentido estricto, claramente algo hay en
ella de la autora. Desfilaron por la sala los padres y abuelos de algunos de
los asistentes, que contaban cómo siempre había habido cierto recelo para
hablar sobre la Guerra Civil, un episodio de nuestra historia que aún no parece
cerrado.

 Se discutió también la actitud de Matia. Para algunos,
debía haber tomado las riendas de la novela, debía haber sido un personaje
activo; para otros, actuó tan sólo como la sociedad del momento se lo permitía.
Desde luego, es este un personaje extraño: es la única muchacha que aparece en
la historia y su descripción es, a propósito, desdibujada.

 En lo que sí estuvimos todos de acuerdo fue en reconocer la
inmensa calidad literaria de la novela: un vocabulario exquisito, ciertas
descripciones magníficas, un buen quehacer narrativo. Todos supimos que
estábamos ante una gran obra, y nos entristeció ver qué diferencia hay con
algunas de las que se están publicando en este momento. Esto dio lugar a un
interesante debate sobre la industria editorial del momento, que concluimos con
algunas recomendaciones de lectura para estas ya inminentes Navidades.

 Para terminar, recordé que esta novela era la primera parte
de una trilogía, titulada «Los mercaderes», y confío en que los personajes de Primera memoria hayan impactado de tal
manera que se intenten buscar respuestas en las dos novelas restantes (Los soldados lloran de noche y La trampa).

 Quiero cerrar estar líneas reiterando mi más sentido
agradecimiento a la profesora Susana Gil-Albarellos y a la directora de la
biblioteca Reina Sofía, Carmen de Miguel, por haber contado conmigo para esta
maravillosa actividad que es el Club de Lectura «Con mucho gusto».

Claudio Moyano Arellano